Tenía meses sin escribir
algo, lo sé, pero era quizás porque no encontraba el tiempo (mentira) o el
lugar (otra mentira)…dejando mi auto-descaro aparte, entiendo que toda excusa
que me plantee sería para evitar llegar a la inminente verdad; me perdí de
nuevo de mí mismo. Pretendí negar esta última aseveración por mucho tiempo ya,
pero creo que a lo largo de mis cortos años la negación de mis emociones ha
sido siempre el inicio de todas mis tragedias. Sentado en el silencio de mi
habitación en el piso 3, por fin solo…o al menos con la ilusión bien construida
de estarlo pude por fin percatarme de eso…
La noche por fin
trascurre en calma…no lo digo de esta manera porque haya sido particularmente
agitada o algo similar, NO…lo digo en referencia a la presencia solemne y dulce
compañía que hoy particularmente representa la oscuridad de la noche para mí.
Hay hoy por fin silencio…lo suficientemente sepulcral como para oír con toda
claridad la tos de algún desdichado que vaga dos calles más abajo, o como para
que el crujir de los dientes de la rata que intenta escapar del closet (que yo
mismo cerré) del supuesto “mr ordenado” con quien comparto cuarto retumben en
las paredes cual martillar insoportable de cualquier ferretería común. Decido
entonces tomar mi cuaderno y recostar mi cabeza de las heladas rejas, que en
este momento son lo único que separa mi cuerpo de una caída potencialmente
letal, y sentir por un rato la manera en las que absorben mi calor ¿o quizás yo
su frío? No lo sé ni me importa…en realidad solo quiero respirar una tras otra
las bocanadas mentoladas que se funden tras los barrotes con el frío aire que
flota inmóvil, tan invisible como visible al mismo tiempo…espectral, supongo.
Tan inmóvil yo como el aire que ya hace rato me volvió parte de sí, absortos
mis ojos en lo poco que logro ver de cielo entre los edificios, buscando una
luna que sé que no veré hoy, pero mi mente…es otra historia.
Sigue divagando sin cesar
sobre la perfección que ha llegado a mis días, tropiezos más o tropiezos menos
(como es natural en nosotros los imperfectos humanos) sigue teniendo el mismo
giro: soy profundamente feliz, pero aun así…no puedo evitar sentirme
terriblemente frustrado.
Mi camino ha sido como el
de cualquier otro mortal, con altos y bajos, pero para mí fortuna y quizás
gracias a presencias celestiales, destino o buena estrella quizás, he contado
siempre con compañía de inmejorable calidad. Siempre ha habido quien me tienda
una mano amiga aun cuando he creído no necesitarla por lo que estaré siempre en
una deuda que no sé cómo si quiera empezar a pagar. Los amo. Pero mi felicidad
no acaba ahí…lo que realmente gira en mi mente es que la vida me ha sacado a
bailar un segundo vals. No suele pasar con frecuencia…la oportunidad de
responder la pregunta ¿qué hubiese pasado si yo no hubiese dado ese traspié? (o
en mi caso…si no hubiese huido acobardado del primer baile) Pero la tengo, y no
la desperdiciaré.
Pero tanta luz no puede
aparecer sin generar sombras…
Mi forma de bailar el
vals generará aversión, e incluso horror en algunos otros asistentes a esta
gala. Considerándolos en parte a ellos fue que me mantuve fuera de la fiesta,
negando mi capacidad de mover mi corazón al compás de la melodía de dos,
teniendo solo una cosa presente en todo momento: Miedo…a estar en el centro de
las miradas, a ser excluido y quien sabe qué más…miedo a mover mis pies en la
dirección que yo decida.
Pero el miedo cansa…
En cierto punto me cansé
de ver a los demás, de ser un simple espectador, y me pregunté a mí mismo si de
verdad me importaban tanto los otros asistentes…mi respuesta fue automática,
pero clara “te deben importar tanto como tu humanidad les importe a ellos”.
Sin negar el inmenso
miedo que siento por esto, pongo los pies sobre la pista, vestido con mi mejor
traje, elegante y sobrio como la noche que me da cobijo doy firmes pasos
adelante junto a mi vida, con la frente siempre en alto, pues la vida que me
acompaña en esta gala…